Ahora León / Soledad / Agencia Sinc
Uno de cada cuatro hogares españoles está compuesto por un único miembro, cifra que ha aumentado un 10% en los últimos cinco años. Esto supone que más de 4.600.000 personas (el 10% de la población) vive hoy sola. La tendencia que muestra la Encuesta continua de hogares publicada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) no es exclusiva de España y pone de manifiesto un problema más difícil de medir: la soledad.
“[Los datos del INE] no indican nada porque hay personas que pueden vivir solas por voluntad propia. El problema es cuando la soledad es no deseada y hay aislamiento porque solo te relacionas de manera superficial”, aclara el coordinador del informe sobre el Estado Social de la nación de este año, Gustavo García. ¿Cuántos españoles se ciñen a esta definición? “Las pocas cifras existentes hablan de 3 millones de personas”.
Cada año hay más hogares en España, pero estos son cada vez más pequeños. La lista de ‘culpables’ es larga, empezando por los cambios demográficos y familiares. Vivimos más (la esperanza de vida española ha aumentado más de 40 años en el último siglo hasta superar los 83 años) y tenemos menos hijos (1,33 por mujer, frente a los casi 3 de hace 50 años), que además trabajan fuera (el número de emigrados está en máximos históricos). Además, los hogares monoparentales, en su mayoría ‘monomarentales’, son los que más crecen: un 3,6% sólo el año pasado.
Comunicados pero aislados
Pero vivir solo no implica sentirse aislado. García destaca el “paradójico” papel de las nuevas tecnologías, que “comunican pero a la vez aíslan” y subraya la importancia de las relaciones cara a cara, “fundamentales” para el ser humano. “Alguien puede tener 20.000 seguidores en Twitter pero estar solo”.
También culpa al urbanismo: “En las zonas rurales la soledad es tremenda por la despoblación, mucha gente mayor está sola a pesar de tener hijos porque estos viven fuera”. En las ciudades, el problema es la falta de espacios de socialización: “Hay lugares que favorecen las relaciones y otros que las dificultan”. Pone como ejemplo de esto último las urbanizaciones cerradas, que “pueden ser idílicas pero no hay convivencia. También es fácil que la gente viva en un bloque donde no conoce la vida de nadie”.
Para expertos como el sociólogo Juan Díez, autor del informe La soledad en España, el verdadero responsable de este aislamiento es, desde hace décadas, el individualismo. “Con el desarrollo económico posterior a la Segunda Guerra Mundial aflora un deseo de emancipación que ha marcado toda esta época”.
Es la misma tesis que sostiene el documental La teoría sueca del amor (Erik Gandini, 2015), que define Suecia como “una sociedad de individuos” en la que las cifras dadas al comienzo de este artículo se duplican. En el país escandinavo, uno de cada dos hogares está formado por una única persona, lo que supone que el 20% de la población vive sola.
¿Quién quiere morir solo?
“En invierno de 1972 un grupo de políticos tuvo una visión revolucionaria. Había llegado el momento de liberar a la mujer del hombre, a la gente mayor de sus hijos, a los adolescentes de sus padres. Escribieron un manifiesto: la familia del futuro”.
Así arranca el documental de Gandini, que basa su título en la teoría que defendía cambiar la sociedad para que nadie dependiera de nadie y cada persona fuera autónoma e independiente. El resultado, según el realizador italiano, es que uno de los Estados de bienestar más fuertes del mundo creó, como efecto secundario, una sociedad aislada.
Esto no impide que Suecia se encuentre entre los diez países más felices del mundo según la ONU, una clasificación que dominan los Estados nórdicos. Aun así, los periódicos tratan con asiduidad el problema de la soledad, en especial entre los más mayores, y alertan de que cada vez más suecos mueren solos, hasta el punto de que uno de cada diez holmienses es enterrado sin amigos ni familiares presentes.
Las iniciativas para luchar contra este problema van desde campañas de abrazos organizadas por la Cruz Roja sueca a nuevas ideas empresariales. Una ‘startup’, por ejemplo, propone solucionar la escasez de viviendas para jóvenes y la soledad entre los mayores al mismo tiempo, convirtiendo a dos generaciones en compañeras de piso.
Un problema de salud global
Suecia y España son solo dos ejemplos, pero Díez advierte de que la soledad afecta a todo Occidente y los estudios más recientes lo confirman. Un trabajo publicado este año en la revista PNAS advertía de que el número de personas mayores de 50 años sin familia aumentaría en las próximas décadas y lo definían como “un problema de salud creciente”.
Díez pone como ejemplo la sociedad japonesa: “Las relaciones con otros que te dan apoyo social desaparecen a una velocidad brutal y es lo mismo que empieza a pasar aquí, que la gente no tiene vínculos. Todo es volátil y provisional, desde el trabajo a las relaciones. Yo soy yo y los demás son mi entorno, meros instrumentos. Eso lleva al individualismo y a la soledad”.
El ser humano es un primate social cuya salud física y mental se ve afectada por el aislamiento. “No es solo la angustia de estar solo, afecta incluso al aspecto. Las personas mayores que están solas acaban comiendo siempre lo mismo como rutina, porque si estás solo no te apetece cocinar”, explica García.
“La soledad es más dura que cualquier penuria económica o material y afecta a gente normal que incluso tiene trabajo. Imagina estar fines de semana solo, salir solo, que nadie te visite ni te pregunte qué tal estás… Es un tema grave que va a peor y lo peor es que no hay una percepción social de que esto sea un problema, ni siquiera entre los propios afectados. Nadie va a revindicar el club de los corazones solitarios”, añade.
Los estudios que apoyan sus palabras son numerosos. El último de ellos, publicado en la revista Journal of Neurology Neurosurgery & Psychiatry el mes pasado, sugiere que viudos y ‘solterones’ tienen un riesgo mayor de padecer demencia debido a su peor salud física.
Retorno a la vida de vecindario
Familias más pequeñas, más soledad, peor salud… Díez ve en la “profética” Blade Runner (Ridley Scott, 1982) el futuro que nos espera: “Un mundo superdesarrollado en lo tecnológico pero con una mala organización social y mucha desigualdad”.
Según el sociólogo, la situación se regulará con la incipiente desaparición de las clases medias: “El Estado del bienestar, como pensiones y sanidad, desaparece. En consecuencia, aumentará el sentimiento de comunidad y solidaridad, pero hasta entonces pasarán todavía décadas”.
“El dilema de todas las sociedades posindustriales es a cuántos grados de libertad individual estamos dispuestos a renunciar para asegurar la seguridad. Hace 40 años no nos planteábamos eso: queríamos libertad. Como la historia es cíclica, en las próximas décadas pasaremos del individualismo que viene de los años 60 a reforzar la solidaridad y a buscar el apoyo de la familia y la pareja, porque la gente no es feliz hoy como creía que lo sería con tanta libertad”, asegura.
García propone soluciones más optimistas y a corto plazo: “Primero hacíamos ciudades para los coches, hay que volver a humanizar la ciudad”. Para ello, apuesta por repensar las urbes para que sus habitantes puedan salir a la calle y relacionarse. También defiende el papel del vecindario: “Pásate por el vecino del 3º y pregúntale qué tal está y si necesita algo”.