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La nueva pandemia: más de 1.000 millones de personas afectadas por trastornos mentales

La OMS alerta sobre los enormes costes personales y económicos de la ansiedad y la depresión, instando a una inversión urgente y global para transformar la salud mental.

El rostro de la salud mental global es sombrío. Datos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) revelan una realidad inquietante: más de 1.000 millones de personas en todo el mundo están afectadas por trastornos mentales, con la ansiedad y la depresión a la cabeza. Esta cifra, que supera la población de continentes enteros, es un llamado de atención urgente. Los costos, tanto personales como económicos, son abrumadores y, a pesar de los avances, la respuesta mundial sigue siendo insuficiente, estancada y profundamente desigual.

La crisis silenciosa: ansiedad, depresión y sus devastadores efectos

La ansiedad y la depresión no son debilidades personales; son trastornos médicos serios que impactan a personas de todas las edades, géneros y niveles de ingresos. Estos problemas de salud son la segunda causa más común de discapacidad a largo plazo, robando a las personas años de vida saludable y productiva. Pero el daño va más allá del bienestar individual.

El costo económico es monumental. La OMS estima que solo la depresión y la ansiedad le cuestan a la economía global alrededor de 1 billón de dólares al año en pérdida de productividad. Esto demuestra que la salud mental no es solo un asunto de bienestar individual, sino una fuerza motriz de la economía global. Cuando las personas sufren, las comunidades y los sistemas económicos se resienten.

Una llamada a la acción: la urgencia de invertir

Ante este panorama, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, ha sido claro: «Invertir en salud mental significa invertir en personas, comunidades y economías. Es una inversión que ningún país puede permitirse ignorar». Esta declaración no es solo una recomendación, sino un mandato. Se necesitan inversiones y acciones más robustas a nivel mundial para ampliar los servicios y garantizar que la atención psicológica sea vista como un derecho básico, no un privilegio.

La OMS ha presentado dos informes cruciales, ‘La salud mental hoy’ y ‘Atlas de Salud Mental 2024’, que servirán como guías estratégicas antes de la Reunión de Alto Nivel de las Naciones Unidas en 2025. Estos documentos demuestran que, aunque se ha progresado en el discurso y la concienciación, las brechas en la práctica son alarmantes.

Brechas insostenibles: dinero, personal y acceso

El principal obstáculo es la falta de financiación. El gasto gubernamental promedio en salud mental sigue estancado en un mísero 2% del presupuesto total de salud, una cifra que no ha cambiado desde 2017. Las disparidades son vergonzosas: mientras los países de altos ingresos gastan hasta $65 per cápita, los de bajos ingresos invierten apenas $0.04. Esta brecha de financiamiento se traduce directamente en una escasez crítica de recursos.

La falta de personal cualificado agrava la situación. Con solo 13 trabajadores de salud mental por cada 100.000 habitantes a nivel global, el acceso a la atención es una quimera para la mayoría. La situación es más grave en países de ingresos bajos y medios, donde las carencias son extremas. Esta falta de personal y financiación perpetúa un ciclo de sufrimiento. En las naciones de bajos ingresos, menos del 10% de las personas afectadas reciben atención, una cifra que contrasta drásticamente con el 50% en países de altos ingresos.

Reformas que avanzan con lentitud: del hospital a la comunidad

A pesar del reconocimiento de que los modelos de atención deben evolucionar, la reforma es dolorosamente lenta. Menos del 10% de los países ha logrado la transición completa hacia modelos de atención basados en la comunidad. La mayoría aún depende de los hospitales psiquiátricos, con casi la mitad de las admisiones siendo involuntarias y más del 20% de las estancias superando el año.

La integración de la salud mental en la atención primaria es un paso positivo, con el 71% de los países cumpliendo al menos tres de los cinco criterios de la OMS en este ámbito. Sin embargo, persisten lagunas en los datos, lo que dificulta medir la cobertura de servicios y asegurar que la ayuda llegue a quienes más la necesitan.

Una tragedia inaceptable: el suicidio

El suicidio es, quizás, la manifestación más trágica de la crisis de salud mental. En 2021, se cobró la vida de aproximadamente 727.000 personas. Es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes. A pesar de los objetivos globales para reducir estas cifras, el progreso es inaceptablemente lento. La trayectoria actual solo permitirá una reducción del 12% para 2030, lejos de la meta del 33% establecida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

Esta cifra es un recordatorio sombrío de que, mientras la conversación sobre la salud mental ha aumentado, la acción no ha seguido el mismo ritmo. La falta de acceso a servicios y la estigmatización que aún rodea a los trastornos mentales son barreras que, literalmente, cuestan vidas.

¿Hacia dónde vamos? Un futuro con urgencia

La situación de la salud mental global exige un cambio de paradigma. No se trata solo de tratar enfermedades, sino de promover el bienestar psicológico como una prioridad de salud pública. La inversión debe ser proporcional al impacto que tienen estos trastornos. Se necesitan leyes que protejan los derechos de las personas con trastornos mentales, ya que solo el 45% de los países cumple plenamente con los estándares internacionales de derechos humanos en esta área.

La OMS y otros líderes mundiales están en la vanguardia de este cambio. La Reunión de Alto Nivel de la ONU de 2025 será una oportunidad clave para comprometer a los gobiernos a tomar medidas significativas. La transformación de los servicios de salud mental es, sin duda, uno de los desafíos más apremiantes de nuestro tiempo. Es una inversión no solo en la salud de las personas, sino en la resiliencia y el futuro de nuestras sociedades.

La crisis de salud mental es global, pero la solución debe comenzar con un compromiso local y nacional para desestigmatizar, financiar y priorizar el bienestar psicológico. Es hora de que el mundo deje de ver la salud mental como un gasto y empiece a verla como la inversión más fundamental que podemos hacer en la humanidad.

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