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La historia de la ciudad de León “es la historia de un fracaso, mal que nos pese a algunos de sus habitantes pues, a pesar de todo, la amamos”, exponen desde Izquierda Unida.
Desde la organización hacen una breve exposición de la historia de la planificación de la ciudad desde el siglo XIX:
A finales del siglo XIX se propone una ciudad nueva, al este del casco histórico, para acercarse al río y a la estación de ferrocarril, situada en la otra margen del Bernesga:
el Ensanche.
Esta nueva ciudad estaba pensada y proyectada para el desahogo de la población intramuros y para una clase media y media alta que se estaba desarrollando alrededor del comercio y de la minería. La idea era excelente, y había sido llevada a cabo en otras poblaciones, pero, (y aquí empiezan los problemas), los propietarios de los terrenos, muchos de ellos relacionados con la gestión municipal, empiezan a enmendar al trazado de este ensanche modificándose poco a poco la organización original de las calles y, además, introduciendo nuevas calles que ayudan a densificar la zona.
Las modificaciones de la época acabaron en un aumento de la densidad de la zona. Las calles oblicuas a Ordoño II se hicieron perpendiculares; se mantuvo una calle destinada a desaparecer, Burgo Nuevo; se abren nuevas calles como Rodríguez del Valle, Sampiro, Santa Clara, García I, Ramiro II, Conde Guillén, Alfonso IX, Ramón Álvarez de la Braña y Carmen.
Con estas reformas se eliminaron de un plumazo los grandes patios de manzana que estaban proyectados en el plano original. El concepto con el que se ideo el plano del Ensanche, no se mantuvo en las diversas planificaciones de terreno urbanizable que fueron a probadas en los años siguientes, al contrario, se impuso en todo momento la idea liberal del aprovechamiento del terreno para la construcción de viviendas por encima de una visión de la ciudad más moderna, más higiénica y mejor distribuida: Se estrecharon las calles, se eliminaron los cruces en chaflán y se suprimieron plazas, restando espacios para la ciudadanía y para lo público.
Tanto en el trazado del centro como en los barrios se primó a los propietarios por encima del bien de la ciudad. En la construcción de edificios, no fueron mucho mejor las cosas, al contrario, se pusieron por delante los intereses especulativos.
Desde un principio se consideró que la altura mayor de los edificios de la ciudad nueva no pasara de las siete alturas: una planta baja y seis alturas de viviendas u oficinas en la primera planta y cinco de viviendas. Pero en 1920 se acepta que la casa que se está levantando en la plaza de Santo Domingo haciendo esquina con las calles del Padre Isla y Ramón y Cajal, (la conocida como casa de Goyo), suba una planta más, y se abrió la veda. A partir de ese momento empezamos a encontrar en casi todas las construcciones en obra eleven una planta que no está en el proyecto original. Muchas de ellas pasan de las siete plantas a las ocho actuales.
Pero aquí no para la especulación, vendrá el plan de los sesenta y se acepta una aberración como la Gran Avenida, que solo se lleva a término en los extremos, destrozando en uno de ellos el barrio de Santa Ana y en el otro el de San Mamés, ya de por sí muy densificado.
Este plan permitió que se rompiera el límite de altura de los edificios, normalizándose en muchos de ellos pasar de las ocho alturas a las diez y en algunos casos a las once. Aparece entonces una figura casi no vista en la ciudad, el retranqueo, el engaño para la vista, solo visible si las casas adosadas son de muy inferior altura. El retranqueo permite elevar uno, dos y hasta tres pisos sin que sean visibles desde la calle, pero que por los laterales parecen escaleras.
Con todo esto las calles se descomponen, aparecen grandes paredones, escalones difíciles de entender, calles en las que no entra el sol, conjuntos desordenados y descompuestos.
Para rematar lo anterior, en puntos singulares de la ciudad aparecen mini rascacielos. En Suero de Quiñones se levantó un edificio de catorce plantas y un retranqueo, en la esquina de Padre Isla con Álvaro López Núñez otro con quince plantas, en el Crucero una torre con quince plantas y un retranqueo; en la plaza de las Cortes Leonesas otro con las mismas características. A todos estos se unen los que crean muralla como en el Paseo de Salamanca donde no bajan de las nueve plantas y varios retranqueos, llegando en el edificio Abelló a las doce plantas. El otro muro está en la otra orilla, Paseo de la Facultad, donde son frecuentes los edificios de nueve plantas con dos o tres retranqueos.
Como guinda de este pastel, en los últimos tiempos hemos vendido los espacios públicos, calles y plazas, al gremio de la hostelería y una gran parte de las viviendas del casco histórico a los pisos turísticos con lo que la diferencia entre esta ciudad y algunas zonas de turismo masivo de la costa es que no tenemos playa y mar, pero si todos los inconvenientes: desertización del centro histórico y del Ensanche y degradación de ciertas zonas la ciudad. Falta de arbolado, bancos y dotación destinada al uso público y a la socialización de los vecinos sin tener que acudir a los bares, espacios duros y un sinfín de disparates anacrónicos invaden nuestra ciudad, fruto de un urbanismo neoliberal. Una vez más perdemos la partida de la posibilidad de usar los fondos europeos para realizar un planteamiento de ciudad moderna, amable, sostenible y saludable.
A la vista de todo lo anterior es lamentable que un proyecto de ciudad extraordinario, el Ensanche, se desperdiciara por la avaricia y la especulación de una casta social especulativa, cuestión esta que se repite, y lo hace aún más lamentable, puesto que actualmente sigue sin existir un proyecto de ciudad claro, que no sea el de moverse a golpe de subvención europea.