
Los incendios forestales han evolucionado. Ya no se trata solo de grandes fuegos, sino de un fenómeno extremo y devastador que los expertos han bautizado como incendios de sexta generación. Estos no son solo fuegos de grandes dimensiones, sino que su característica principal es una intensidad tan alta que son capaces de alterar la dinámica de las capas altas de la atmósfera. Esta capacidad les permite generar su propia meteorología, haciendo que sean impredecibles y prácticamente imposibles de controlar con los medios de extinción convencionales.
El origen de estos «megafuegos» se encuentra en la combinación de tres factores críticos: altas temperaturas, largas sequías y una enorme acumulación de combustible vegetal en el monte. La ola de calor más larga desde que hay registros, junto con el abandono rural, ha creado el escenario perfecto para que pequeños focos se conviertan en monstruos imparables.
¿Qué son y por qué son tan peligrosos?
Un incendio de sexta generación es más que un fuego descontrolado. Sus rasgos distintivos lo diferencian de cualquier incendio que hayamos visto antes:
- Intensidad y velocidad extremas: Liberan una energía descomunal, con una velocidad de propagación que supera los modelos de predicción y la capacidad de respuesta humana.
- Crean su propio clima: La inmensa cantidad de energía liberada genera pirocúmulos, nubes de tormenta que producen rayos y vientos erráticos capaces de encender nuevos focos a kilómetros de distancia, incluso por detrás de los equipos de extinción.
- Comportamiento errático: Son impredecibles. Pueden saltar cortafuegos y propagarse con una rapidez devastadora, haciendo que la prioridad deje de ser la extinción para centrarse en la protección de vidas y bienes.
Prevención: la única estrategia posible
La batalla contra estos incendios no se gana en verano. La clave no está en la extinción, sino en la prevención, y esta debe ser una tarea constante durante todo el año, especialmente en los meses de otoño, invierno y primavera. El viejo dicho forestal es más cierto que nunca: «los incendios no se apagan en verano, sino en invierno».
Las estrategias de prevención se centran en el tercer elemento del «triángulo del fuego»: el combustible. Gestionar la vegetación del monte es fundamental para evitar la propagación de las llamas. Algunas medidas clave incluyen:
- Gestión activa del territorio: El abandono rural ha provocado una acumulación masiva de vegetación que actúa como combustible. Es crucial reactivar la economía del medio rural con actividades como la ganadería extensiva y la silvicultura para limpiar los montes de forma natural y sostenible.
- Aclareo y poda: Mantener una distancia adecuada entre las copas de los árboles, así como podar las ramas más bajas, reduce el riesgo de que un fuego de superficie salte a las copas y se convierta en un incendio incontrolable.
- Creación de cortafuegos: Limpiar y desbrozar los caminos y las áreas cercanas a las carreteras y viviendas es vital para crear barreras que dificulten el avance del fuego.
- Uso de la tecnología: Herramientas como los sistemas de información geográfica permiten identificar las zonas de mayor riesgo y priorizar las acciones de prevención de manera más eficiente.
En definitiva, la lucha contra los incendios de sexta generación requiere un cambio de paradigma. No podemos seguir dependiendo únicamente de la extinción. Es necesario invertir en la prevención, en el cuidado de nuestros montes y en el desarrollo de la España vaciada, ya que un bosque gestionado es un bosque más sano, más biodiverso y, sobre todo, mucho más seguro.
Luis Menendez Silvó. Ingeniero Forestal