Y que vivan tus ovarios, Melania

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Ahora León / Noemí Carro / Opinión

No deja de resultar sorprendente cómo cierto sector del feminismo batalla la idea del amor romántico tal y como es entendido en el presente, es decir, como una construcción que oprime a la mujer, que es buena mujer en tanto aguanta los desaires del marido – esta defensa del poder opresor del amor romántico, por otra parte, es perfectamente legítima, habría que ver hasta qué punto válida-, pero acusa a Melania de hacer flaco favor a la causa desde su posición privilegiada al haberse casado con semejante ser. El mismo feminismo –en parte, todo no- que, sin ver en ello paradoja alguna, acusa a toda mujer que critica a otra de enfrentarse con el principio básico de sororidad: seamos siempre solidarias entre nosotras, porque solo así se puede vencer.

Porque esa relación no puede ser amor verdadero. Ella se casó con él por el dinero. Porque, ¿cómo va a serlo? Mírale, con sus setenta y pico, y ella, una lagarta, dispuesta a robarle todo y sangrarle. Y encima él es un desgraciado. Si es que, cómo pueden ser felices. Cómo se puede uno tirar a semejante individuo. Por favor, que tienen un hijo. Seguro que acaba siendo igual que su padre.

Señoras, señores, Melania ya era famosa antes de contraer matrimonio con Donald Trump. Melania ya era una mujer políglota e instruida antes de conocer a Donald Trump. Melania ya tenía una carrera como modelo antes de casarse con el monstruo que han visto gritando Make America Great Again. Matrimonio éste que, por cierto, está por encima de la media estadounidense al superar los diez años de duración. Matrimonio que podría haberse roto antes de diez años si lo que ella pretendía era dinero o poder, o él un nuevo juguete porque, no nos vamos a engañar, por favor, ese tipo del tupé horrible es un machista retrógrado incapaz de enfrentar sus inseguridades desde otra posición que no sea la privilegiada.

Que los comentarios que han llegado a la primera plana de los medios de comunicación en España lo retratan exclusivamente como un machista y xenófobo nos hace imaginarlo así. Puede serlo, o puede no serlo. En realidad, probablemente lo sea o, cuanto menos, lo sea su personaje, gracias al cual ha llegado a convertirse Presidente de los Estados Unidos de América, si hace semejante ejercicio de una tribuna; si emplea a su servicio varios medios creadores de opinión y decide lanzar ese mensaje al mundo. Pero no nos equivoquemos, ni él ni ella son tontos. Ni en tanto que sean ingenuos o carentes de malicia, ¡válgame Dios!, ni en tanto que anden faltos de inteligencia. En política, de lo que esconde un comportamiento frente a una cámara a la manifestación del comportamiento en sí hay un salto extraordinario en el que cada asunto está medido al milímetro.

Sea como fuere, a nivel público un matrimonio entre dos personas libres y de demostrada autonomía no puede ser jamás objeto de otra cosa que no sean opiniones, como todo otro acontecimiento. Lamentablemente, cada vez con más frecuencia la opinión se entrelaza y baila con la calumnia, aprovechando la última el disfraz de la primera. ¿Importa esto cuando uno no se mueve más allá del ámbito privado? Probablemente no, o no más allá del plano moral. ¿Importa cuando los opinantes en medios de gran impacto emiten juicios poco sólidos, de forma irresponsable, especialmente si el objeto de esos comentarios pertenece a un colectivo oprimido de alguna forma? Seguramente, sí importe.

Que ser una figura pública te convierte en un personaje del que se demanda un tipo concreto de ejemplaridad en función de qué te haya hecho saltar a la fama no es ninguna novedad. Reducir sin embargo el espectro de lo que es ser buena fémina en el mundo occidental a, por un lado, Melania, como la mala mujer que se casa por dinero y mira con sorna a Hillary, en el otro lado, la experta gerente que, por cierto, no se divorció después de incontables escándalos e infidelidades de su marido es, como poco, una flagrante insensatez. Luego ya, despreciar a Melania por haberse casado con Trump es, directamente, vergonzoso.

Una de las definiciones actuales de (hetero)patriarcado más consensuada asume que este tipo de construcción social está tan asentada en nuestras vidas, que ni siquiera las mejores académicas que dedican su vida a combatirlo -en el terreno de las ideas y en la más encarnizada práctica- pueden huir de él en todo momento, al cien por cien. Es decir, todos caemos alguna vez en alguna forma de machismo: es inevitable. Y, aunque nosotros creamos que no, y podamos argumentar que no, lo hacemos.

Lo peligroso nace cuando, lamentablemente, hay mujeres que perpetúan esta cosntrucción. Mujeres que saben bien de lo que hablan cuando explican que Melania se doblega ante la vara de Trump, porque cómo va a ser de otra manera, si tienen acceso 24h a las grabaciones de su vida más íntima. Mujeres que asumen que el hijo de Trump será como su padre, porque poco tiene que decir Melania de su educación, que sería la única buena (¿era buena, o era mala?). Mujeres que definen a Melania como prostituta, estigmatizando a una y a otras, como si no fuera una profesión merecedora de consideración ni dignidad.

Condenar a Melania haciendo de ella a la vez víctima y culpable sólo perpetúa lo que tanto ha costado y cuesta hoy enfrentar. Es otra forma más de ese comportamiento que estriba en la raíz de las horribles experiencias de tantas mujeres que, presuntamente, sí han sufrido abusos por parte de Trump. Ya lo siento por muchas, pero que vivan tus ovarios, Melania. Que vivan tus ovarios porque, estando oprimida o no, sometida o no, lo cual escapa todo conocimiento popular… ha de ser horrible mantenerse en pie mientras son otras mujeres las que más pujan por dañarte.

Y eso, lamentablemente, sí que es public domain.