Faltan pocas horas para que el reloj marque la medianoche. En las mesas de todo el país se repite el ritual: manteles de gala, el murmullo de la televisión de fondo y, frente a cada comensal, doce pequeños frutos esféricos esperando su momento de gloria. Pero este año, si miramos con atención en algunos hogares, veremos algo distinto. Las copas ya no son monocromáticas. Este 31 de diciembre, las uvas blancas se mezclan con las negras en un mismo cuenco.
No es un error de compra, ni una cuestión estética. Es una declaración de intenciones para el año que entra: el 2026 debe ser el año de la mezcla, de la riqueza de los matices y, sobre todo, de la empatía.
El sabor de la diversidad y la igualdad
Comer doce uvas mezcladas, alternando la dulzura de la blanca con la intensidad de la negra, es el símbolo perfecto de la sociedad que aspiramos a construir. Durante demasiado tiempo hemos separado, clasificado y dividido. Al mezclar las uvas en el plato, recordamos que, bajo la piel —sea del color que sea—, la esencia es la misma.
La igualdad no significa que todos seamos idénticos, como uvas clonadas en una bandeja de supermercado. La igualdad real es que, siendo diferentes, negras o blancas, grandes o pequeñas, todas tengan el mismo lugar en la mesa, el mismo valor y el mismo derecho a ser parte de nuestra suerte. Este brindis va por un mundo donde la diversidad no se tolere, sino que se celebre como el ingrediente que da sabor a la vida.
Un puente entre generaciones
Esta noche, esas uvas multicolor serán consumidas por manos arrugadas y por manos que sostienen un smartphone por primera vez. La Nochevieja es uno de los pocos momentos del año donde se produce el verdadero encuentro intergeneracional.
A un lado de la mesa, la generación que construyó el presente con esfuerzo y sacrificio; al otro, la que mira al futuro con ansiedad y esperanza, reescribiendo las reglas. A veces parece que hablan idiomas distintos, pero esta noche, el ritual los une. Necesitamos que ese instante de unión dure más que las doce campanadas. Que el 2026 sirva para que los nietos escuchen la sabiduría de la pausa de sus abuelos, y para que los abuelos abracen la libertad y la nueva visión de sus nietos. Que la mesa sea un puente y no una trinchera.
El propósito más urgente: empatía, mucha empatía
Pero si hay un deseo que debe resonar más fuerte que el glon-glon de las campanas, es la empatía. Vivimos tiempos acelerados, a veces hostiles. Nos hemos acostumbrado a mirar sin ver y a oír sin escuchar. Por eso, el mayor reto para este nuevo año no es ir al gimnasio o aprender inglés; es aprender a ponerse en la piel del otro.
Empatía es entender que quien se sienta a tu lado puede estar librando una batalla que desconoces. Empatía es comprender que la opinión diferente no es un ataque, sino otra perspectiva. Necesitamos mucha empatía para sanar las grietas sociales, para cuidar nuestra salud mental colectiva y para entender que, al final, todos buscamos lo mismo: ser felices y sentirnos queridos.
Cuando suenen los cuartos y la adrenalina suba, mira las uvas en tu copa. Mira ese contraste de uvas blancas y negras juntas. Cómetelas pensando en que, cada una de ellas, es un deseo de paz para alguien distinto a ti.
¡Feliz 2026! Que sea el año en que aprendimos a mezclar los colores y a abrazarnos más fuerte.
Opinión. Belen Aren