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Cumbia es una de las “mejores amigas” que puede tener un hombre. O una mujer. En el Centro de Rehabilitación Psicosocial (CRPS) del Hospital San Juan de Dios de León lo están comprobando después de que esta galga de color barquillo, casi dorado, y mirada sincera, ya se haya hecho un hueco en las vidas de sus trabajadores y sus usuarios. “Se trabajan aspectos como la confianza, la motivación, el respeto de los turnos, el control de los impulsos, el desarrollo de la responsabilidad, la independencia y la tolerancia a la frustración”, explica Salvador Tocino de Lucas, que recibió en 2015 el Premio Nacional de Enfermería de FUDEN en la categoría de Promoción del Autocuidado por medio de la Intervención Asistida con Animales en el Centro Sociosanitario de Hermanas Hospitalarias de Palencia.
Este profesional sanitario, que lleva cerca de un año trabajando en el área quirúrgica del Hospital San Juan de Dios de León, asegura que “repercute positivamente en la salud y no sólo mental”. “Está ampliamente demostrado que compartir tiempo con un compañero de cuatro patas reduce los niveles de tensión arterial, colesterol y triglicéridos, todos ellos factores de riesgos cardiovascular, además de hacerte la vida más llevadera”, argumenta este graduado en Enfermería por la Universidad de León (ULe) y máster especialista en Terapia Asistida con Animales por la Universidad de Oviedo que también ha desarrollado un programa de equinoterapia en la cárcel de Dueñas (Palencia).
Fieles a esta terapia alejada de la rutina, César, Ana y Patricia acuden al CRPS por la tarde para darse cita con Cumbia. “Todavía se encuentran en esa fase de contacto, en la que sobre todo deben familiarizarse con el perro”, expone Salvador. Pero, según apostilla, “ella se siente muy cómoda entre ellos”. Se deja acariciar y, agradecida por los cuidados que le brindan, responde de vez en cuando con un lametón. Mientras tanto su dueño les enseña cómo aproximarse a la perra (por qué lado y cómo controlarla, sobre todo, cuando se acerca otro can), cómo jugar con ella, premiarla y relajarla. “Ni delante, ni detrás. Siempre a nuestro lado”, les indica en el momento del paseo por la reciente peatonalizada carretera de Los Cubos.
Con muchas ganas de ser servicial
Cumbia, que suma cuatro años de edad, tiene muchas ganas de ser servicial. Además, irradia bondad en cada uno de sus movimientos. Le gusta que le atusen el pelo tanto como comer salchichas de Frankfurt, aunque éstas representen una excepción en su dieta. “Son su premio por ser obediente”, señala Salvador sin dejar pasar por alto los beneficios de esta modalidad terapéutica en el desarrollo de la motricidad fina de estas personas cuando juegan, acarician, peinan o alimentan a los animales.
Tras el cepillado, llega otro de los mejores momentos del día para Cumbia, que alza las orejas en señal de interés. Siguiendo atentamente las instrucciones y, mientras recibe la comida sentada, da la pata y luego se tumba. “Yo estaba deseando que viniera”, confiesa Patricia, una de las participantes de la primera sesión de este taller que se está beneficiando de los efectos positivos que supone el cuidado de una mascota.
Y es que, aunque la terapia asistida con animales (TAA), como se denomina técnicamente esta modalidad, no es una cura para la enfermedad mental, persigue y logra objetivos claros en la mejora de los pacientes al ofrecer “compañía” y “cariño”. No en vano, según precisa, en los próximos días Yaki, una cachorra de perro alemán, llegará a su hogar para hacerla “muy feliz”. Ana y César, que sí tuvo un perro en el pasado, no descartan seguir los pasos de Patricia. Porque cuidar de una mascota ayuda a los humanos a sentirse menos asustados, más autosuficientes y seguros. Les hace poner menos atención sobre sus propios miedos y les despierta la sonrisa.
El uso terapéutico de animales se inició en Europa formalmente a finales del siglo XVIII para tratar a personas con un problema de salud mental y más tarde a epilépticos, pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando su presencia se hizo extensiva. Así, los animales, sin posgrados ni estudios universitarios, consiguen pequeños grandes triunfos con sólo sentarse a su lado, observarlos y esperar esa caricia que tiende puentes hacia la empatía, ese camino intermedio entre la implicación emocional y la distancia. Con Cumbia, está más que salvada.