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Un dolor invisible, un sufrimiento compartido

La salud mental y el dolor crónico: una relación que exige atención y empatía.

El dolor crónico, esa sensación persistente que no cede con el tiempo, es mucho más que una simple molestia física. Es un compañero indeseado que se instala en la vida de millones de personas, afectando su capacidad para trabajar, dormir y disfrutar de las actividades cotidianas. Pero lo que a menudo se ignora es el profundo impacto que este sufrimiento tiene en la salud mental.

La relación entre el dolor crónico y los trastornos mentales es bidireccional y compleja. Por un lado, el dolor constante puede llevar a la depresión, la ansiedad y el estrés postraumático. La frustración de vivir con una condición que no tiene cura, la sensación de impotencia ante un cuerpo que no responde y el aislamiento social que a menudo conlleva, son factores que alimentan un ciclo de desesperanza. La persona con dolor crónico puede sentir que su vida se ha reducido a una batalla constante contra su propio cuerpo, perdiendo su identidad más allá de su enfermedad.

Por otro lado, los trastornos mentales pueden exacerbar la percepción del dolor. El estrés y la ansiedad, por ejemplo, activan respuestas fisiológicas que tensan los músculos y aumentan la sensibilidad al dolor. Además, la depresión puede disminuir la tolerancia al dolor y dificultar la adopción de estrategias de afrontamiento efectivas.

A pesar de esta clara conexión, a menudo se trata el dolor físico de manera aislada. Los tratamientos se centran en analgésicos y terapias físicas, ignorando la necesidad de un enfoque holístico que abarque también el bienestar psicológico. Esta desconexión no solo es ineficaz, sino que también perpetúa el estigma. La persona que busca ayuda para su dolor puede sentirse incomprendida cuando se le sugiere que «todo está en su cabeza», como si su sufrimiento fuera menos real por tener una dimensión emocional.

Es crucial que cambiemos nuestra perspectiva. El dolor crónico no es un signo de debilidad mental, sino una condición médica que afecta el cuerpo y la mente de manera simultánea. Necesitamos un modelo de atención sanitaria que integre la salud mental en el tratamiento del dolor crónico, ofreciendo terapias psicológicas, grupos de apoyo y un enfoque empático por parte de los profesionales de la salud.

La sociedad también tiene un papel que desempeñar. Debemos educarnos sobre la complejidad del dolor crónico y la importancia de la salud mental. Debemos ofrecer un espacio seguro para que quienes lo padecen puedan hablar sin miedo a ser juzgados. Solo así podremos romper el silencio y el aislamiento que a menudo acompaña a esta condición, reconociendo que el dolor crónico no es solo un problema físico, sino un sufrimiento compartido que merece nuestra plena atención y compasión.

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