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La reconocida compañía vasca Tanttaka regresa al Auditorio ‘Ciudad de León’ con la nueva versión de ‘El florido pensil’. Sobre las tablas la misma escuela con las aulas presididas por la Santísima Trinidad del Crucifijo, la foto del Caudillo y la de José Antonio. Pero, en este caso, entran por la puerta que tenía grabado en el dintel la palabra ‘Niñas’.
Andrés Sopeña Monsalve ha revisado la obra inicial para mostrar el mundo de la escuela nacional-católica desde el punto de vista de las niñas. Eran dos mundos paralelos, tan cercanos como distantes, “dos universos encerrados en el mismo edificio con dos propósitos (des)ducativos muy diferentes”.
Dirigida por Fernando Bernués y Mireia Gabilondo, ‘El florido pensil. Niñas’ muestra la historia del día a día de cinco muchachas (Loli Astoreca, Gurutze Beitia, Teresa Calo, Elena Irureta e Itziar Lazkano) “sometidas a la absurda e ilógica brutalidad del sistema educativo que dominó la España de la posguerra. La escuela es el reflejo de la sociedad y de su ideología dominante. Y esa ideología había decidido poner al día el más profundo patriarcado medieval y llevarlo a sus últimas consecuencias”, señala Tanttaka.
Desde el estreno de ‘El florido pensil’ en 1996 la compañía era consciente de que no había contado una parte importante de lo que llaman (des)ducación practicada por la escuela nacional-católica. La obra se ceñía al punto de vista masculino. Les faltaba la otra parte del curriculum, el otro lado del patio del recreo, la mirada desde la puerta de al lado, el mundo de las niñas.
La mujer fue el principal objetivo de la empresa moralizadora, ya que resultaba que la mujer estaba naturalmente destinada para el matrimonio y para las labores domésticas. Su carrera profesional venía a ser formar una familia y tener prole. Y en eso se ponían de acuerdo prácticamente todas y todos: la maestra, el cura, los padres, los moralistas, las cupletistas, las escritoras de novelas rosas, y hasta las profesoras de gimnasia, si me apuran. “En todos los escenarios de la acción se verá reflejada, a veces a las claras, a veces mediante retorcidos rodeos, que sólo existían dos tipos de mujeres: las decentes y las otras».