Ahora León / Texto: V.Vélez / Imagen: S.Arén
En el siempre complejo y variado mundo de las emociones se puede reconocer una élite de sensaciones que van más allá de cualquier tipo de descripción y que, por ello, es tan difícil establecer una clasificación sobre las mismas. De manera orientativa, podríamos reconocerlas por ser aquellas que perduran en el tiempo y en la memoria. Aquellas a las que solemos referirnos como inolvidables.
Son estas y no otras las que consiguen arropar en los días más difíciles, las que siempre sacan una sonrisa en los momentos de necesidad y las que se pueden recordar con todo lujo de detalles. Estamos ante las sensaciones intensas, las más extremas y apasionadas. Las que nos ponen “la piel de gallina”.
La propia ciencia, tan fría y distante con los asuntos que atañen al corazón, ha recocido la mística especial de esta manifestación a la que considera un vestigio del pasado animal de los seres humanos. La piel de gallina corresponde a nuestro lado más salvaje y puro, ese que se aparece ante aquellas situaciones incontrolables y profundas en las que la ciencia poco o nada tiene que mediar.
La piloerección, como se conoce a esta reacción en el ámbito médico, es la prueba de que por mucho que nos acerquemos a los estados evolutivos más avanzados, seguimos teniendo unas raíces que, paradójicamente, cuelgan de las ramas más altas del árbol. Un rasgo que nos acerca al yo animal, para reconciliarnos de nuevo con nuestro lado más humano.
Precisamente, son todo ese torrente de sentimientos y circunstancias indómitas que hacen humanos a estos seres las que logran ponernos la piel de gallina. Emoción a granel y sin envases, pasión que nos eriza la piel y nos deja tan auténticamente desnudos como a ese pollo que acaban de desplumar. Una desnudez que deja al descubierto nuestro lado más sensible y verdadero.
Una reacción heredada de nuestros ancestros que delata nuestra personalidad más profunda y arraigada en situaciones de lo más insospechado. Los primeros acordes de una canción, el reencuentro con un viejo conocido, el grito de terror en la sala de cine, una canasta sobre la bocina o una declaración romántica, pueden despertar nuestros sentimientos más puros en forma de una erección a flor de piel, la más potente y placentera de nuestro organismo.
Todos recordamos aquellas conversaciones, encrucijadas y vivencias que nos dejaron sin aliento y nos pusieron la piel de gallina por su importancia en la construcción de nuestro presente actual. No obstante, la vida también está compuesta de esos pequeños momentos cotidianos que nos ponen los pelos como escarpias. Las cervezas de los viernes por la tarde, el miedo al rechazo antes de cambiar de aires o quitarse los zapatos después de un día agotador, son algunos posibles ejemplos de reacciones que definen lo que somos y cómo lo somos.
De conocerlas depende el entenderse mejor a uno mismo y en compartirlas está el descubrirse ante los demás. Nada mejor que emocionarnos para emocionar, de enamorarnos para enamorar, de descubrirnos para descubrir. Piel de gallina como antídoto y solución, como mejor carta de presentación de lo que somos.
Y a ti, ¿qué es lo que te pone la piel de gallina? Alguien tiene que empezar, así que a mí la piloerección me la provoca una tortilla bien hecha, una cena en pijama con la familia, las risas con los amigos mientras vemos un partido o un paseo por las calles de mi pueblo. Para mí, es eso que aparece al fondo de una copa en tu bar de confianza, cuando te llega el olor a tierra mojada, cuando escribes y cuando compartes helado en el sofá con quien más quieres. Creo que eso es lo que soy y lo que quiero seguir siendo. Y a ti, ¿qué es lo que te pone la piel de gallina?