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Ahora León / El Texto de la Imagen / Texto: V.Vélez / Imagen: S.Arén

Frecuentemente, se escucha que esto del Periodismo consiste en contar historias. Para que esta que me pongo a relatarles no sea desde un comienzo aburrida, diremos que tuvo lugar mientras el whisky consumía los hielos en una barra de bar un día de diario y no que, verdaderamente, no fuera más que una pequeña anécdota de un simple paseo.

El caso es que entre trago y trago, mientras se iba bebiendo la noche, un gran amigo, de los envejecidos en la madera del mejor roble, rompió con el tono de la conversación y me lanzó una pregunta: ¿Cuál es tu palabra favorita? Tras una brevísima pero intensa reflexión, sin más explicaciones, le respondí: “Palabra”.

Hace algunos años el Instituto Cervantes se lanzó a la búsqueda de la palabra más bella de nuestro idioma. Un buen grupo de personalidades de distintas disciplinas como la literatura, la música, el deporte o las ciencias propusieron cuál era su vocablo preferido del español. Entre las candidatas, aparecieron algunas como la todopoderosa “Amor”, la idealizada “Libertad” o la sonora “Gracias”. Esta última, por cierto, la favorita de mi compañero de vidrio en aquella noche.

Pero, quizá por lo inoportuno de la respuesta, en ninguna de las propuestas “Palabra” aparecía como la mejor palabra del idioma español. Trato injusto para aquella que acoge en sus paredes a todas las demás y que, entre sus múltiples acepciones, guarda promesas que algún día se cumplirán, atesora enseñanzas y esconde valores imprescindibles como el de la honestidad.

La palabra es, a su vez, la unidad de medida de todo hombre honrado. “Un hombre vale lo que vale su palabra” es una conocida máxima ética que resume el que, a un primer vistazo, podría parecer simplista pensamiento del canalla cinematográfico Tony Montana: “Todo lo que tengo en la vida son mis cojones y mi palabra. Y no rompo ninguno de los dos por nada”.

Porque si alguien es de palabra lo que salga de su boca, su pluma o su cabeza siempre será mucho más que aquellas de las que dicen que se lleva el viento. Si alguien es de palabra, sus palabras se convierten en un caudal indomable de sentimientos, de emociones desatadas y de puro corazón.

Ellas forjan amistades, siembran la semilla del amor, rompen esquemas, tienden puentes, derriban muros… Son, al mismo tiempo, el perdón más sincero y la declaración de guerra. La palabras pueden ser el subidón del “sí quiero” y el chasco del “mejor como amigos”. El rencor del “estás despedido” y la oportunidad del “enhorabuena, comienzas con nosotros”. El desconsuelo del “estás enfermo” y la esperanza del “tiene cura”.

Y es que las palabras, bien empleadas, todo lo pueden. Tan solo una palabra le sirvió a William Wallace para gritar a la libertad como nunca lo hizo nadie. Con dos, el tesoro de la cueva de Alí Babá podría abrirse ante unos fascinados ojos. Tres palabras bastaron a Martin Luther King para que el mundo no olvidara que tenía un sueño. Y con cuatro o más se pueden hacer verdaderos milagros.

Las palabras, como las letras de Sabina, siempre van más allá de sí mismas, reflejan una realidad superior. Bien entendidas, suponen la puerta a un lenguaje profundo y perfecto que va más allá de ellas. De esta manera, las palabras son “El Alquimista” y su piedra filosofal.

No es casualidad que hasta la propia Biblia reconozca que en el principio fue la Palabra. Al fin y al cabo, las palabras han sido el motor de la Historia, por mucho que el refranero se empeñe en que las buenas razones no son amores. Un refranero que, aunque sagrado e incuestionable, también habría que recordarle que tal vez las letras con sangre entren, pero con las palabras se puede salir con la lección aprendida.

Para cualquier persona con alma de poeta o verso libre la palabra es algo más que siete letras. Para un periodista es su herramienta de trabajo y para Gabriel Celaya era lo que le convertía en ingeniero.

Porque son canciones, porque son lecciones. Palabras son bellas, palabras son crueles, son tiernas, son deseos inalcanzables. Palabras son promesas, son decisiones, son malabares, son arte. Sí, son la vida.

Por eso, amigo, me quedo con palabra como palabra. Palabra porque sí y porque también, porque esta boca es mía y de nadie más a quien yo se la quiera dar. Te doy mi palabra.

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