Ahora León / Texto: V.Vélez / Imagen: S.Arén
Cambio de estación a la vista. La semana que llama a la puerta traerá consigo la llegada del invierno y el inevitable adiós al otoño. Con el sonido de los villancicos de fondo, el solsticio ofrece una nueva oportunidad para reinventarse a aquellos que no puedan esperarse al año nuevo.
La sucesión de las estaciones no deja de ser un fiel reflejo del cambio constante en el que está sumida la vida, la naturaleza y la sociedad. Renovarse o morir y renovarse o renacer, la caída definitiva de las hojas guarda en su envés la promesa de la primavera.
Para disfrutar de la flor, y cómo no para saber apreciar su belleza, es necesario haber sufrido las heladas del invierno. A menudo, los sinsabores son necesarios para poder aprovechar las oportunidades que nos brinda la vida.
Entender y asumir el ciclo de la naturaleza es comprender mejor al hombre. Los cambios provocados por el transcurso de las estaciones, al igual que los efectos causados por el inexorable ritmo de las manecillas del reloj, no deben ser entendidos como negativos. La evolución forma parte de la aventura y es imprescindible para volver a disfrutar de aquellos meses soleados.
Poco a poco creciendo, en altura y fortaleza, en valentía y resistencia. Año tras año, las hojas nunca han dejado de caer pero el árbol cada vez luce más espléndido. Un árbol que no necesita hojas perennes porque todo su ser son las raíces. Bien guardadas y protegidas, solo accesibles a quien se atreva a explorarlas, el Principito ya avisó de que eran invisibles a los ojos.
El otoño cuelga las botas y ya no amenaza con volver porque es importante que vuelva. Regresará con sus colores, sus frutos y sus paisajes. Eso es seguro. Como dijo aquel coronel que no tenía quien le escribiera, octubre es una de las pocas cosas que llegan.