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La retórica vacía en boca de los politicos y sus daños colaterales

Cuando las palabras de los políticos se convierten en un problema real para la ciudadanía.

En la era de la información, la comunicación política se ha convertido en un campo de batalla donde cada palabra, cada frase y cada tuit son analizados al milímetro. Sin embargo, más allá de la estrategia y el cálculo, existe una preocupante tendencia: la trivialización del discurso. El uso de frases huecas, promesas incumplibles y la polarización discursiva están erosionando la confianza ciudadana y generando consecuencias tangibles en la vida de las personas.

Las llamadas «tonterías de los políticos» son, en realidad, un problema serio. No se trata de simples errores o deslices, sino de un patrón que puede tener efectos devastadores. Cuando un líder político, por ejemplo, minimiza la gravedad de una crisis económica o sanitaria con declaraciones imprudentes, no solo pierde credibilidad, sino que también confunde a la población, dificulta la toma de decisiones informadas y puede obstaculizar la implementación de soluciones efectivas. La reciente pandemia ha sido un claro ejemplo de cómo la desinformación política, a menudo disfrazada de opinión, puso en riesgo la salud de miles de personas.

Otro ejemplo recurrente es el uso de la hipérbole o la exageración para demonizar al oponente. Se emplean términos como «catástrofe», «invasión» o «dictadura»  «cavar la tumba del gobierno»  » todavia no ha nacido nadie que me achante a mi», de forma ligera para describir situaciones que, si bien pueden ser problemáticas, no se ajustan a esas descripciones. Esta retórica inflamada crea un clima de miedo y desconfianza, polariza a la sociedad y hace casi imposible un debate constructivo. El resultado es una ciudadanía que, incapaz de distinguir entre la realidad y la ficción, se vuelve cínica y apática ante la política.

Además, el incumplimiento sistemático de promesas vacías contribuye a la desafección política. Cuando un político promete solucionar problemas complejos de un plumazo, sin un plan detallado o una base presupuestaria, el ciudadano se siente engañado. Esto no solo genera frustración, sino que también socava el valor de la democracia misma. Se instala la idea de que la política es un juego de apariencias, donde la palabra de un líder no tiene peso.

En definitiva, las «tonterías» que emanan del discurso político no son inofensivas. Son un reflejo de una comunicación irresponsable que daña la cohesión social, dificulta la resolución de problemas reales y mina la confianza en las instituciones. Es un recordatorio de que, en un mundo donde las palabras tienen tanto poder, la responsabilidad de quienes las pronuncian debe ser máxima. La ciudadanía merece un debate serio y honesto, y los políticos tienen la obligación de ofrecérselo. 

Opinión: Luis Alvarez. Politologo

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