¿Sabías que...?ActualidadSociedad

La llama silenciosa: por qué los incendios no se apagan en verano, sino en Invierno

Más allá de la extinción, la verdadera batalla contra el fuego se gana con una gestión activa del monte, dando valor a la España vaciada y apostando por la prevención como motor de vida en el medio rural.

El verano en España se ha convertido, trágicamente, en sinónimo de humo y cenizas. Cada año, el paisaje nacional se tiñe de un color ocre y las noticias se llenan de imágenes desoladoras de incendios forestales que, como una herida abierta, dejan un rastro de destrucción en la biodiversidad y en el corazón de las comunidades rurales. Este año, la pesadilla se ha cebado con lugares emblemáticos como Las Médulas, Tarifa, Zamora y Madrid. Sin importar las cifras, el dolor y la devastación que dejan a su paso siempre son incalculables. Es un momento crucial para comprender que la mejor estrategia no es apagar el fuego, sino prevenirlo.

El abandono rural: el combustible silencioso

Para entender por qué los incendios son tan voraces, debemos mirar al «triángulo del fuego»: calor, oxígeno y combustible. Mientras que el calor y el oxígeno están fuera de nuestro control directo, el verdadero desafío reside en la gestión del tercer elemento: el combustible. En el monte, la vegetación del sotobosque —hierbas secas, arbustos y ramas caídas— actúa como un material altamente inflamable, que permite que el fuego se propague de manera incontrolable.

Pero, ¿quién es el responsable de esta peligrosa acumulación de combustible? La respuesta es un problema profundo y enraizado en la historia reciente de nuestro país: el abandono rural. Durante décadas, el interior de España ha visto cómo sus campos de cultivo y pastos se abandonaban, dejando que el monte creciera sin control. La ausencia de actividad humana, como la ganadería extensiva y la agricultura, ha convertido a nuestros bosques en depósitos de material inflamable, listos para arder al menor descuido.

La prevención como clave del futuro

Combatir el fuego cuando ya se ha desatado siempre es una solución tardía. La verdadera clave reside en una gestión activa del paisaje, una estrategia que nos permita controlar ese combustible vegetal. No se trata de arrasar la vegetación, sino de gestionar el monte con inteligencia. Un bosque ‘limpio’ no es un bosque sin vida, sino un ecosistema sano y resiliente, que no solo reduce el riesgo de incendio, sino que también acoge refugios de biodiversidad y mantiene hábitats esenciales.

La tecnología también juega un papel fundamental en este enfoque. Sistemas de información geográfica, como el desarrollado en Navarra, permiten cartografiar zonas de riesgo, visualizar accesos y coordinar respuestas en tiempo real. Esto nos permite saber con precisión dónde se acumula el combustible y dónde se necesitan recursos de manera prioritaria, haciendo que la prevención sea más eficiente y precisa.

Reactivar la economía rural para proteger nuestros montes

El gran reto es convertir la gestión activa del monte en una oportunidad de empleo y desarrollo para las zonas rurales. Si bien estas tareas cuestan dinero, el verdadero valor reside en crear una economía circular en torno al bosque. La ganadería extensiva, la silvicultura, la agricultura mixta y el turismo son solo algunas de las actividades que pueden devolver la vida a nuestros pueblos y, al mismo tiempo, hacer que el monte sea más seguro. Proyectos como PRISMA, BIOVALOR o Bio+Málaga son ejemplos inspiradores que demuestran cómo el cuidado de los montes y la dinamización de la economía rural son dos caras de la misma moneda.

El viejo dicho forestal es más cierto que nunca: los incendios no se apagan en verano, sino en invierno. El futuro de nuestros bosques y la prosperidad de las comunidades que dependen de ellos no reside en un simple cubo de agua, sino en un cambio de mentalidad. Debemos dejar de ver nuestros montes como simples espacios naturales y empezar a verlos como motores de desarrollo local. Porque un monte bien gestionado no solo es más seguro, sino también más útil, más biodiverso y, sobre todo, más vivo.

Articulo publicado originalmente en The Conversation.

José Manuel Cabrero, catedrático de Estructuras Arquitectónicas y Construcción con Madera, Universidad de Navarra.

Mostrar más

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba