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La cruda realidad de los bomberos forestales

No podemos seguir pidiendo a nuestros héroes que luchen contra el fuego mientras se queman sus derechos. Es hora de darles el apoyo y el reconocimiento que merecen, no solo con aplausos, o llamandoles "heroes", sino con políticas claras y acciones concretas.

En medio de una de las peores oleadas de incendios que ha asolado España, con más de 115.000 hectáreas calcinadas solo en agosto, la figura del bombero forestal emerge como un pilar fundamental. Les llamamos héroes anónimos que, con una valentía inquebrantable, se enfrentan a un enemigo despiadado y cada vez más potente: el fuego. Sin embargo, detrás de la imagen de sacrificio y entrega, se esconde una realidad cruda y a menudo silenciada: la de un colectivo que trabaja bajo condiciones laborales abusivas y con una precariedad que contrasta de forma abismal con la importancia vital de su labor.

El sector forestal en España es una pieza clave no solo para la conservación del medio ambiente, sino para la seguridad de nuestras comunidades. Los incendios no son un problema estacional; son una amenaza constante que requiere una respuesta profesional y bien equipada. Y es en ese escenario donde los bomberos forestales, como Sergio Fidalgo del Bierzo, revelan un panorama desolador. Sus jornadas laborales exceden con creces los límites legales, llegando a las 14 o 16 horas diarias, e incluso en casos extremos, a las 21 horas. Esta carga extenuante, sumada a los escasos tiempos de descanso y a los largos desplazamientos, los deja en un estado de agotamiento que compromete su propia seguridad y la eficacia de su trabajo.

Un sistema que falla: la precariedad como norma

La precariedad no se limita a las horas de trabajo. Las condiciones de alojamiento durante los despliegues son, en muchos casos, deplorables. Mientras algunos tienen la suerte de alojarse en hoteles, otros duermen en pabellones, directamente en el suelo, después de jornadas de labor extenuante bajo temperaturas extremas. La falta de organización inicial en muchas de las emergencias recientes ha sido calificada de nefasta, obligando a que la respuesta inicial dependa de la ayuda de voluntarios, quienes, lamentablemente, también han pagado con su vida esta falta de recursos y planificación.

Esta situación se ve agravada por una privatización del servicio que fomenta la inestabilidad laboral. Las cuadrillas pertenecen a empresas distintas que compiten en subastas, generando un entorno de competición en lugar de coordinación. La falta de estabilidad se refleja en la precariedad contractual, donde más del 60% de la plantilla tiene contratos fijos discontinuos y son despedidos en octubre, dejándolos en una situación de vulnerabilidad económica durante gran parte del año. Sus salarios, que oscilan entre los 1.200 y 1.400 euros, son insuficientes para el enorme riesgo que asumen, y solo aumentan significativamente debido a las horas extraordinarias forzadas por la emergencia.

El valor incalculable de una labor esencial

La labor de los bomberos forestales va mucho más allá de apagar incendios. Son verdaderos guardianes del bosque, profesionales que, durante la temporada de invierno, se dedican a tareas cruciales como el desbroce y la limpieza de terrenos, actividades de prevención que son la primera línea de defensa contra el fuego. Su trabajo silencioso y constante evita que pequeños conatos se conviertan en catástrofes incontrolables. Son un eslabón insustituible en la cadena de conservación ambiental y seguridad civil.

Sin embargo, a pesar de su compromiso inquebrantable, se sienten desamparados. Las denuncias de los sindicatos sobre la vulneración de derechos y los salarios irrisorios para el riesgo que asumen, resuenan en un sistema que parece haberlos olvidado. La respuesta de las autoridades y las empresas a sus demandas ha sido lenta, a menudo reactiva y marcada por la falta de cumplimiento de acuerdos previos.

Una llamada urgente a la acción y la conciencia pública

Es imperativo que la sociedad y las instituciones reconozcan el valor incalculable de los bomberos forestales. No se trata solo de una cuestión laboral; es una cuestión de seguridad nacional y de futuro. Un país con los pulmones calcinados es un país que pierde su biodiversidad, su recurso hídrico y la protección que el bosque ofrece contra la erosión y el cambio climático.

La solución pasa por la dignificación de la profesión. Esto implica salarios justos, jornadas de trabajo que respeten la legalidad y la salud de los trabajadores, y la estabilidad contractual que merecen. Es necesario pasar de un modelo de subastas a una gestión pública y profesionalizada de los equipos de extinción. Además, se debe invertir en formación, equipamiento y en una estrategia de prevención a largo plazo que vaya de la mano de quienes mejor conocen el terreno.

En este momento de crisis, es crucial que la opinión pública, los medios y los líderes políticos unan sus voces para exigir un cambio. No podemos seguir pidiendo a nuestros héroes que luchen contra el fuego mientras se queman sus derechos. Es hora de darles el apoyo y el reconocimiento que merecen, no solo con aplausos, sino con políticas claras y acciones concretas. Porque al proteger a nuestros bomberos forestales, estamos protegiendo el futuro de nuestros bosques y de nuestra propia sociedad.

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