Ahora León / Texto: Noemí Carro / Opinión / Ramón Espinar
El miércoles 14 de diciembre Ramón Espinar, Secretario General de Podemos de la Comunidad de Madrid, publicaba en su twitter una foto de una carta y lo que parece ser un paquete con una dirección de envío y la imagen de marca de la empresa Ferrovial. En la carta, escrita por él de su puño y letra, Ramón Espinar agradece el detalle pero informa de su devolución puesto que los regalos navideños han de ser hechos, a su entender, solamente entre “seres queridos”. Desde “su empresa tiene mi respeto, [y] el de mi grupo” hasta “en nuestra tarea de representación nos debemos al pueblo, a nadie más”, expone que él no es ser querido de las empresas, ni las empresas seres queridos suyos. ¿A dónde nos llevan esta anécdota y los recientes escándalos en torno a su figura?
La acusación en campaña por la Secretaría del partido en Madrid se basaba en que Ramón Espinar había obtenido tiempo atrás beneficio económico con la venta de una vivienda de protección oficial, mientras había sido uno de los políticos de la formación que más acciones había llevado a cabo contra la especulación de las grandes empresas en las gestiones inmobiliarias. Los detalles de la compra del piso parecían ya sospechosos, pero más sospechosas fueron sus declaraciones: no había beneficio, solamente había “una diferencia entre el precio de compra y el precio de venta”. Oh, primera clase de Economía de la Empresa en Bachillerato.
El conflicto planteado pasaba por el derecho que tiene cualquiera a hacer lo que hizo y marcar los límites entre la parte personal y la profesional apelando a la ética, empleándolo si así lo desea para construir su imagen, y el hecho de haberse descubierto hace demasiado poco tiempo que actuó en contra de esa ética de la que presume. Para muchos, lo que hizo con la carta no era solamente una cuestión de elección personal sino de exigibilidad, pero no parecía de la misma exigibilidad la asunción de responsabilidades unas semanas atrás. Apelar a la ética profesional causa un efecto negativo en el grueso de la población, mientras afianza la reacción de sus ya convencidos. Aquellos que excusaron a Espinar entonces ya tienen a qué agarrarse mientras ríen por tener razón, y aquellos que no le excusaron piensan que de lo que se ríen es de ellos.
En términos de comunicación política, en el momento en que se destapó su escándalo se produjo una ruptura del discurso, una incongruencia entre lo hecho y lo dicho, con el agravante de que no fue reconocido en primer lugar por él y sus allegados ideológicos y profesionales, sino que fue revelado por un medio de reconocida influencia. Respondieron mal, y tarde, con excusas demasiado simplistas para un asunto de semejante tamaño. De acuerdo con los principios característicos de la gente del partido, que se afanan en promulgar en cada ocasión como una letanía que se va vaciando de sentido, Espinar tenía que haber dimitido. No solo no lo hizo, sino que siguió al frente de la campaña. Y, ¿qué pasó con los valores? Que fueron traicionados. El riesgo que tiene identificarse con principios absolutos ignorando la condición humana, que es errática, es verse abocado a estas situaciones. El electorado no reacciona igual frente a un “lo haremos lo mejor que podamos” que frente a un “nunca nos verán haciendo esto”. Especialmente, si es “esto” lo que al final se acaba haciendo.
Lo cierto es que Espinar se erigió en cabeza por Madrid, unos dicen que por, y otros que a pesar del escándalo. Las críticas se habían sucedido desde todos los frentes, y no solamente contra Espinar, sino contra el partido al que pertenece, porque bien se sabe que la falacia de asociación es tremendamente efectiva. De haber querido contrarrestar la imagen que de Podemos emitía Espinar, la solución hubiera sido tan sencilla como exigir responsabilidades desde más arriba –desde abajo se exigieron, sin demasiado éxito. Por supuesto, no se hizo. Y es más, lo que resulta curioso es que una de las figuras que más repelió las estocadas dirigidas contra el partido y contra el propio Espinar, fue Tania Sánchez. Y fue ella una de las primeras que se encontró con el cartel de “denegado” tras esas elecciones.
Está muy bien que los políticos de cualquier sino no acepten regalos. Para algunos, estará también bien que los acepten si, al fin y al cabo, pueden venir de cualquier ciudadano y de cualquier contexto. Lo que no termina de sonar demasiado bien, sin embargo, es una lección de ética profesional respecto a un dilema pequeñito, mientras en los dilemas grandes uno se pone del lado de lo cuestionable. Pero ya se sabe, no es lo mismo especular con millones que con unos pocos miles de euros, ¿verdad?
Esperamos impacientes el nivel de beneficio a partir del cual es legítimo decir que el otro es un desalmado, pero que yo no lo hice mal.