
on la llegada del verano y el aumento de las temperaturas extremas, España se enfrenta, una vez más, a la dura realidad de los incendios forestales. Aunque el número de conatos (incendios de menos de una hectárea) sigue siendo significativo, la preocupación reside en la superficie total arrasada, que hasta el 20 de julio de 2025 superaba las 29.800 hectáreas, un 5,6% más que en el mismo periodo de 2024. Este incremento pone de manifiesto la persistencia del desafío que suponen los Grandes Incendios Forestales (GIF) para el país.
Radiografía de un verano caliente: Más hectáreas quemadas
Los datos más recientes del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO) revelan que, si bien el año 2025 se mantiene por debajo de la media de la última década en términos de hectáreas quemadas hasta julio, la cifra de casi 30.000 hectáreas calcinadas es una llamada de atención. Durante una sola semana, se han registrado importantes siniestros, como el de Méntrida (Toledo), que obligó a desplegar la Unidad Militar de Emergencias (UME) y consumió al menos 3.200 hectáreas, o el de Valdecaballeros (Badajoz), que forzó la evacuación de cientos de personas.
Las llamas no distinguen entre tipos de vegetación. Las estadísticas muestran que casi la mitad de la superficie afectada corresponde a matorral y monte abierto, pero también se han destruido miles de hectáreas de masa forestal arbolada y pastos, elementos cruciales para la biodiversidad y la ganadería extensiva.
Un Problema multifactorial: El factor humano y el clima
La gran mayoría de los incendios forestales en España, se estima que más del 90%, tienen su origen en la acción humana. Negligencias, como el abandono de colillas, quemas agrícolas descontroladas o fogatas mal apagadas, y en ocasiones, actos intencionados, son los principales detonantes. Sin embargo, la virulencia y propagación de estos fuegos se ve drásticamente amplificada por las condiciones meteorológicas adversas.
El cambio climático juega un papel fundamental en este escenario. Las recurrentes olas de calor, la sequía persistente y los vientos fuertes crean un cóctel explosivo que convierte la vegetación en un combustible altamente inflamable. La desertificación y el abandono del medio rural, que lleva a una menor gestión forestal y acumulación de biomasa, son otros factores que contribuyen a hacer nuestros paisajes más vulnerables.
La lucha incansable de los equipos de extinción y el desafío de la prevención
Los equipos de bomberos forestales, la UME y las brigadas de las comunidades autónomas trabajan sin descanso, a menudo en condiciones extremas, para sofocar las llamas. Su labor es vital para contener la expansión de los fuegos y proteger vidas y bienes.
No obstante, la solución a la lacra de los incendios forestales va más allá de la extinción. La prevención se erige como el pilar fundamental. Inversión en limpieza y gestión forestal, creación de cortafuegos naturales, concienciación ciudadana y una política de reforestación que priorice la resiliencia de los ecosistemas son pasos cruciales. Además, es imperativo abordar el reto demográfico y revitalizar el medio rural para asegurar una presencia humana que gestione y cuide el territorio, rompiendo la continuidad del combustible.
El verano de 2025 nos recuerda, una vez más, que los incendios forestales son una de las principales amenazas para el patrimonio natural español y para la vida de sus habitantes. La coordinación entre administraciones, la inversión en recursos y una mayor concienciación social son esenciales para hacer frente a este desafío creciente.