
El dolor crónico es un tormento silencioso que afecta a millones de personas en todo el mundo. A diferencia de una herida que cicatriza, este tipo de dolor persiste, transformando una alarma útil del cuerpo en una tortura continua y sin sentido. Este problema, que afecta a una de cada cuatro personas, es un mal invisible que, a menudo, es desdeñado e incomprendido por el entorno social e incluso por los propios profesionales sanitarios.
El problema es aún mayor si tenemos en cuenta que los tratamientos disponibles apenas han evolucionado en siglos. Los analgésicos modernos como el ibuprofeno son, en esencia, versiones mejoradas de remedios tradicionales como la corteza de sauce, mientras que el uso de opioides como la morfina y el fentanilo ha generado una crisis de salud pública debido a su alta capacidad de adicción. En palabras del cirujano e investigador Robert Caudle, «las terapias para el dolor no han mejorado realmente en cientos de años».
Calmantes internos: La esperanza está en nuestro propio cuerpo
La ciencia se ha embarcado en una nueva misión para desentrañar los mecanismos del dolor crónico. El objetivo es desarrollar tratamientos más específicos que no se limiten a enmascarar el sufrimiento, sino que ataquen la raíz del problema. Una de las vías más prometedoras se encuentra en nuestros propios sistemas internos para calmar el dolor.
Un reciente estudio, publicado en Science Advances, ha revelado que en el dolor crónico se produce un fallo en los mecanismos naturales del cuerpo que se encargan de apagar la señal de alarma. El neurobiólogo Alexander Binshtok explica que las neuronas del tronco encefálico, que transmiten las señales de dolor al cerebro, pierden su capacidad para «frenarse» a sí mismas a través de unas corrientes de potasio. Esto provoca que sigan enviando mensajes de dolor de forma continua, incluso cuando la causa inicial ya no existe.
Este hallazgo es crucial, ya que apunta a la posibilidad de restaurar o simular este sistema para calmar el dolor. Es un primer paso para crear tratamientos que no dependan de sustancias externas, sino que activen los propios mecanismos del cuerpo para sanar.
Nuevas armas contra el dolor: Un futuro sin opioides
Gracias al aumento de la financiación en investigación, la ciencia está avanzando a pasos agigantados. Hoy en día, se han descubierto canales de sodio específicos en los nociceptores (las neuronas que detectan el dolor) que no actúan en otros tipos de células. Este conocimiento ha permitido el desarrollo de la suzetrigina, el primer analgésico no opioide aprobado en EE. UU. en 25 años. Otros fármacos dirigidos a canales similares, o incluso a la molécula del dolor de la migraña, están a punto de llegar al mercado.
El Dr. Caudle es optimista y asegura que «por primera vez en la historia humana, dejaremos de masticar corteza de sauce y de fumar opio para tratar el dolor». Se espera que, en un futuro no muy lejano, se sumen nuevas vías de investigación, como la implicación del microbioma y del sistema inmunitario, para ofrecer un arsenal de terapias que finalmente pongan fin a este mal invisible.