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Las mascarillas son la forma más segura y sencilla de disminuir la transmisión del virus y salvar vidas, según la mayoría de los expertos en salud pública. Su uso en lugares públicos reduce la propagación de la COVID-19 y forma parte del conjunto integral de medidas de prevención y control sanitario que ha establecido la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Este complemento que ya forma parte de nuestros hábitos diarios y es fundamental a la hora de combatir la dispersión del virus está generando problemas secundarios a los usuarios, como irritaciones cutáneas, sensación de ahogo o aumento de los niveles de estrés. Con la llegada del calor estos síntomas, incluso, se ven agravados.
Irritaciones cutáneas
Enrojecimiento de la piel, picor y desarrollo de enfermedades como la dermatitis perioral, la rosácea y la acneiforme, son algunas de las principales consecuencias del uso de la mascarilla, lesiones que se ven agravadas en función del tiempo de uso de la misma, el aumento de las temperaturas, el roce que se produce al hablar y los materiales con los que está fabricada.
Los expertos recomiendan no utilizar maquillaje bajo la mascarilla, limpiar e hidratarse a menudo la piel con cremas adecuadas y descansar en su uso cada 45 minutos. En este sentido, Alberto Cantero, CEO de Gamma Solutions Health, la compañía española que comercializa en exclusiva la mascarilla portuguesa que inactiva el COVID-19, explica que “los fabricantes ya se han percatado de la necesidad de tener en cuenta estos efectos secundarios”. Por este motivo, afirma que “las mascarillas, en primer lugar, deben protegernos y proteger a los demás; pero también deben permitir una respirabilidad adecuada y ser respetuosas con la piel. Nosotros apostamos por mascarillas que, además de combatir el COVID-19, mejoran la experiencia del usuario implementando en ellas propiedades como la Vitamina E, Ubiquinol Q10, alcanfor, equinácea o aceite de cannabidiol, este último especialmente utilizado para combatir el estrés.”
Insuficiencia respiratoria
Precisamente la sensación de falta de aire mientras se utiliza la mascarilla es la más común de las complicaciones. El usuario pueda experimentar un ligero agobio e incluso dolor de cabeza o migrañas, que en muchos casos se agrava en función de la temperatura del ambiente y la sensación de calor. Por eso según Cantero, “todas las mascarillas en el mercado tienen que superar una serie de tests de eficacia y respirabilidad para su comercialización. Esta última se mide a través de la denominada fracción respirable que corresponde con la fracción que respiramos y puede alcanzar nuestros alveolos”. Algo que constata el informe Emisión y exposición a SARS-CoV-2 y opciones de filtración realizado por el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua (IDAEA), CSIC, que establece que esta fracción debe estar comprendida entre – 0 µm – 4 µm.
Aumento de los niveles de estrés
Además, según el Informe Las consecuencias psicológicas de la COVID-19 y el confinamiento, publicado por la Universidad del País Vasco, con la aparición del COVID-19 y las medidas de distanciamiento social y sanitarias, han aumentado los casos de ansiedad en la población. El citado estudio señala que “el miedo a la infección por virus y enfermedades, la manifestación de sentimientos de frustración y aburrimiento, no poder cubrir las necesidades básicas y no disponer de información y pautas de actuación claras o la presencia de problemas de salud mental previos o problemas económicos” son algunas de las causas de ese estrés, que en muchos casos se ven agravadas por el uso de la mascarilla y la sensación de ahogo.
Por otra parte, el CEO de Gamma Health recuerda que “los especialistas recomiendan hacer ejercicio, dormir las horas necesarias, evitar el consumo de alcohol y estupefacientes, beber agua y mantener una dieta saludable para lidiar con el estrés y, si es necesario acudir a un profesional”.