Noticias de León / Ahora León / Texto: V. Vélez / Imagen: S. Arén
Si la literatura española encuentra su época dorada en los siglos XVI y XVI, León la reencuentra cada año coincidiendo con la Semana Santa. Días grandes en la capital y en la provincia, en las que se vuelve a escuchar su imponente y fiero rugido, con un inconfundible y sincero aroma a aires de esplendor rescatado.
La Semana Santa ha llegado, una vez más, para hacer rebosar de viejos conocidos la Calle Ancha, para regar con litros de limonada las barras del Húmedo y para paponear a ritmo de saeta. Al margen del sentimiento religioso de cada cual, es innegable que durante estas diez jornadas se vive un ambiente embaucador por estas tierras.
Legiones de cofrades mantienen, literalmente, sobre sus espaldas el peso de mantener viva esta tradición con una responsabilidad y sentimiento verdaderamente admirable. Los leoneses pujan por su Semana Santa para convertirla, más que en un intenso rito, en un auténtico culto a todos aquellos que la hicieron grande generación tras generación.
León vive la Pasión a su manera, con más silencio que “quejíos”, con más devoción que “madrugás”. Las comparaciones suelen ser odiosas y más cuando con la Iglesia se topa de por medio, pero la Semana de Pasión leonesa no tiene que envidiar nada a ninguna otra y debe ser considerada máxima referencia a nivel nacional sin complejo de ningún tipo.
Siempre he encontrado en León y en los leoneses buenas dosis de sur, un duende particular que, también a su manera, le concede y les concede un color especial. Una tonalidad que estos días se torna más dorada que nunca. Porque no tenemos que acomplejarnos ante nada ni ante nadie. Porque tenemos nuestra propia Torre del Oro, la que brilla como ninguna otra.