
Lejos de ser una metáfora, convivir con el fuego es la realidad de cientos de municipios en España que se enfrentan a la certeza de que las llamas, tarde o temprano, regresarán. En estos territorios, la presión sobre los ecosistemas, la falta de gestión forestal activa y el abandono de usos tradicionales del monte han debilitado el equilibro natural y la biodiversidad, lo que convierte cada verano en una amenaza latente.
En 2024, aunque se registró la cifra más baja de siniestros desde 1983, la recurrencia de grandes incendios y la concentración de focos en territorios concretos confirman el desafío estructural que supone para el territorio.
“Muchas partes de Europa se enfrentan a un gran aumento de las sequías plurianuales, lo que conlleva una mayor probabilidad de incendios extremos. En algunas zonas es probable que se produzcan fenómenos graves cada dos años”, decía Thomas Elmqvist, director de Medio Ambiente del Consejo Asesor Científico de las Academias Europeas (EASAC, por sus siglas en inglés) con motivo de la presentación de su último informe sobre políticas “para una Europa preparada y adaptada al fuego”.
Por su parte, los datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales señalan a ese mismo año como el segundo peor desde el inicio del seguimiento, tras 2017 que batió el récord histórico con un total de 1,3 millones de hectáreas de terreno quemado.
Taller en Almonaster la Real (Huelva) dentro del proyecto FIREPOCTEP+
Zonas estratégicas de gestión
Una de las áreas más azotadas por los incendios es la frontera entre España y Portugal. Sin ir más lejos, en septiembre de 2024 la población de Aveiro, Coimbra, Oporto y Viseu se enfrentó a una grave crisis de incendios con más de 100 activos y solicitó ayuda internacional. Actualmente, existe una base aérea conjunta de Galicia y Portugal para la extinción de incendios en la zona de Verín-Oímbra gracias al proyecto europeo Interlumes.
En este caso, no es solo el problema del fuego, también el humo que cruza la frontera merma la calidad del aire y aumenta los niveles de partículas en suspensión (PM2.5 y PM10), lo que afecta especialmente a personas con enfermedades respiratorias o cardiovasculares.
En medio de este escenario, han surgido varias iniciativas como FIREPOCTEP+, un proyecto transfronterizo entre estos dos países que busca fortalecer los sistemas de prevención y extinción de incendios forestales en la región denominada como La Raya.
“Entre sus principales innovaciones destacan la ampliación de las áreas piloto a territorios transfronterizos, la mejora de metodologías para ubicar Zonas Estratégicas de Gestión (ZEG) con nuevos indicadores de alerta, y el desarrollo de herramientas tecnológicas como simuladores de incendios o la aplicación ‘Ciudadano Ibérico’”, dice a SINC el ingeniero de montes Juan Picos Martín, investigador en el área de Ingeniería Agroforestal de la Universidad de Vigo y líder del proyecto.
Supone una evolución respecto a su antecesor, FIREPOCTEP. Mientras el primero definía ‘dónde’ actuar –a través de ZEG, que priorizan actuaciones preventivas y reducen el riesgo de grandes incendios forestales–, el segundo responde a ‘quién’ debe hacerlo y ‘cómo’, incorporando a la población local y vinculando prevención con economía rural.
Además, FIREPOCTEP+ amplía sus áreas piloto a territorios hispano-portugueses, mejora la metodología de zonificación, y apuesta por el uso de plataformas tecnológicas para anticipar el riesgo. Su propuesta es clara: no solo apagar incendios, sino evitar que ocurran.
“No basta con prevenir los fuegos del próximo verano, debemos hacerlo con los grandes incendios de la próxima década. Ya no es posible evitar el cambio climático a corto plazo ni a escala local, debemos centrarnos en la disponibilidad de combustible y en Sembrar Inteligencia Preventiva en el Territorio, donde sean más eficaces y vinculadas a actividades productivas sostenibles. Las tres palancas clave son el las tres P: Paisaje, Paisanaje y Profesionales”, argumenta.
Los primeros resultados de estos trabajos en varias comunidades autónomas han logrado proteger más de 600 hectáreas mediante ZEGs, y se han promovido cortafuegos productivos que generan empleo rural. Pero los desafíos tecnológicos persisten, sobre todo en la integración de herramientas clave como la teledetección.
Imagen por satélite de los graves incendios forestales en Portugal en septiembre de 2024. / Copernicus
La ciencia no siempre llega al monte
Un reciente estudio publicado en Remote Sensing, basado en entrevistas a técnicos de gestión forestal, expertos en teledetección, bomberos y responsables institucionales, apunta que, pese al avance de tecnologías satelitales, su uso sigue limitado por barreras institucionales, falta de coordinación entre organismos y carencias en formación técnica. En palabras de los propios protagonistas: la ciencia parece que no siempre llega al monte.
“A pesar de que comunidades como Castilla-La Mancha, a través de INFOCAM, ya aplican tecnología satelital en la gestión de incendios, otras no hacen mucho uso de esta, lo que genera desigualdades en la capacidad de prevención y respuesta”, explica a SINC la científica Ana I. Prados, especialista en teledetección satelital aplicada a la gestión ambiental y de desastres en la Universidad de Maryland en el Condado de Baltimore (EE UU), que lidera el estudio.
Universidades como las de Alcalá de Henares y Vigo son referentes en estudios de teledetección, pero en general la transferencia de ese conocimiento a las administraciones no siempre se materializa. “Hacen falta mecanismos y actores que faciliten el intercambio de conocimientos entre las CCAA y entre las CCAA y universidades”, afirma Prados.
En algunas regiones como Galicia, Andalucía y Valencia, “las universidades colaboran estrechamente con los gobiernos autonómicos en proyectos que utilizan satélites de la NASA y europeos”, añade. El sector privado, por su parte, desempeña un papel crucial en la transferencia de datos y plataformas.
En cuanto al futuro, Prados imagina una gestión de los incendios más equilibrada que la actual entre extinción y prevención. “Que ambas funciones estén más integradas facilitaría una adopción más eficaz de avances tecnológicos como las imágenes y los datos satelitales”.
El Parque Nacional del Teide tras el paso del incendio forestal que afecta a la isla de Tenerife en 2023. / EFE/Alberto Valdés
Anticiparse al fuego en zonas protegidas
Otro de los puntos calientes dónde los incendios forestales son recurrentes es en los parques nacionales. En agosto de 2023, un incendio devastador afectó al Parque Nacional del Teide, calcinando 1 235 hectáreas de ecosistemas de pinar y matorral de cumbre. Este siniestro se considera el peor en la isla de Tenerife en las últimas cuatro décadas.
Un año antes, en el verano de 2022, dos grandes incendios afectaron a la Sierra de la Culebra y sus alrededores, quemando un total de casi 66 000 hectáreas. Estos incendios se consideran los más devastadores en la historia de Castilla y León. Ese mismo año ardía el Parque Nacional de Monfragüe, incluidas áreas de nidificación del buitre negro.
“Planificar la gestión del riesgo permite moldear su dinámica futura y tomar decisiones críticas para conservar estos espacios naturales”, asegura a SINC Rafael Mª Navarro, catedrático del departamento de Ingeniería Forestal de la Universidad de Córdoba.
Navarro lidera un estudio que analiza los riesgos asociados a perturbaciones de incendios y sequías, así como de plagas y enfermedades en tres Parques Nacionales españoles: Teide, Sierra Nevada y Sierra de las Nieves.
El trabajo demuestra que la falta de gestión forestal incrementa significativamente el riesgo, especialmente en escenarios de cambio climático e identifica áreas críticas dentro y alrededor de los parques, Además, describe una metodología que evalúa el riesgo de perturbaciones forestales combinando datos abiertos del Ministerio para la Transición Ecológica (como el Inventario Forestal Nacional y la Red de Seguimiento del Estado de los Bosques) con modelos climáticos y entrevistas a expertos.
Sus resultados son especialmente relevantes para el Parque Nacional del Teide, donde se identificaron los niveles de riesgo más altos. Las repoblaciones de coníferas, y en especial los bosques con sotobosque denso, figuran entre los ecosistemas más vulnerables.
La cartografía generada permite localizar las zonas críticas de riesgo, que se concentran sobre todo en las áreas de amortiguamiento de los parques. Allí, la presencia de repoblaciones homogéneas y mal gestionadas incrementa la susceptibilidad al fuego. “Es en estas áreas limítrofes donde se hace más urgente una selvicultura preventiva eficaz”, señala Navarro.
Entre las estrategias recomendadas, se encuentran la reducción de la continuidad del combustible mediante claras, la promoción de rodales mixtos y la diversificación de especies. “La creación de bosques mixtos, como pino canario con laurisilva o Pinus-Quercus, puede mejorar la autoorganización del ecosistema y su capacidad de adaptación”, expone el ingeniero.
Efectivos de bomberos en la extinción de un incendio forestal en la carretera N120 en A Cañiza (Pontevedra) . / EFE/ Alberto Sxenick
España vaciada, ¿España calcinada?
El proyecto MitigACT está cambiando la forma de abordar los incendios forestales en España al integrar el conocimiento científico, técnico y las experiencias reales en sus estrategias de prevención. Para ello, han realizado entrevistas en profundidad con personas del ámbito rural, como ganaderos, agricultores, profesionales de la extinción o desarrolladores tecnológicos.
“La incorporación del conocimiento basada en la experiencia incluye factores intangibles, como creencias personales, percepciones y sistemas de valores”, explica a SINC Elvira Santiago Gómez de la Universidad de A Coruña e investigadora principal de esta iniciativa.
Uno de los ejes del proyecto es, precisamente, superar el llamado ‘modelo del déficit’, que reduce la participación pública a recibir información sin posibilidad de influir en las decisiones. “Este suele ser el papel de las comunidades locales, escuchar y valorar los planes cuando estos ya están diseñados”, revela la investigadora.
Las experiencias comparadas de Galicia y Canarias han sido claves en el análisis. En Galicia, el discurso ha pasado de culpar al “terrorismo incendiario” de los grandes fuegos de 2006 a centrarse, desde 2017, en factores estructurales como la despoblación rural. En Canarias, tras los incendios de 2019, la crítica se dirige al abandono institucional de las zonas altas y a la escasez de medios.
Ambos territorios coinciden en una demanda común: que las políticas no se limiten a la inversión en tecnología y contemplen también el desarrollo socioeconómico del medio rural y la participación de sus habitantes.
Los impulsores de MitigACT proponen también acabar con la estacionalidad de los contratos del personal de extinción para que trabajen todo el año en prevención y recuperación. “Mantener los contratos y fortalecer la colaboración entre administraciones facilitaría el intercambio de conocimiento”, añade.
Entre las recomendaciones finales, destacan la necesidad de invertir más en prevención y recuperación, profesionalizar los equipos, mejorar la coordinación entre niveles de gobierno y recuperar formas tradicionales de vigilancia. Pero, sobre todo, insisten: “Hay que revertir el imaginario de atraso asociado a la vida en el campo”, como base para fomentar la repoblación, crear empleo sostenible y asegurar un futuro más resiliente frente al fuego.
La brecha entre ciencia, política y territorio es, en muchos casos, tan peligrosa como el propio fuego. Por eso, el futuro de la gestión forestal en España no pasa solo por la tecnología, sino también por cambiar la forma en la que colaboran gobiernos, universidades y comunidades rurales. Porque vivir donde el fuego siempre vuelve no debería significar resignación, sino organizarse.
Fuente: Sinc