Eran las ocho de la mañana del 28 de enero de 1947. España despertaba en una fría mañana de invierno cuando un rugido procedente del cielo rompió la tranquilidad de la provincia de León. No era una tormenta ni una explosión humana; era la llegada violenta de un visitante interplanetario que pasaría a la historia como el meteorito de Reliegos.
El fenómeno fue avistado como una bola de fuego que cruzó el firmamento dejando una estela de humo visible desde varios kilómetros a la redonda. Segundos después, la roca impactó con fuerza en la Calle Real de Reliegos, un pequeño pueblo del municipio de Santas Martas, provocando un estruendo que aterrorizó a los vecinos y generó un cráter de más de 30 centímetros de profundidad en el suelo empedrado.
Una condrita de incalculable valor
La piedra recuperada, que pesaba originalmente 8,9 kilogramos (aunque se estima que la masa total antes de la fragmentación rondaba los 17 kilos), fue identificada rápidamente como un objeto de origen extraterrestre. Los estudios posteriores clasificaron al objeto como una condrita ordinaria del grupo L5, un tipo de meteorito rocoso que contiene cóndrulos, pequeñas esferas de material primordial que se formaron en los albores del Sistema Solar.
Su caída es una de las mejor documentadas de la época en España. A diferencia de otros bólidos que se pierden en el mar o en zonas deshabitadas, el de Reliegos «eligió» el centro de una población, lo que permitió su rápida recuperación y conservación.
Del suelo leonés al museo nacional
Tras el impacto y el susto inicial de los lugareños, la pieza principal fue trasladada para su estudio. Hoy en día, el fragmento mayor de este tesoro cósmico no se encuentra en León, sino que se custodia en la colección del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) en Madrid, donde es una de las piezas destacadas de su catálogo de meteoritos españoles.
Al cumplirse 75 años de este evento, recordado ahora por la Asociación Leonesa de Astronomía en su revista, el meteorito de Reliegos sigue siendo un testimonio fascinante de la conexión entre nuestra provincia y el cosmos, recordándonos la actividad constante de un universo que, a veces, llama a nuestra puerta con un estruendo inolvidable.